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EE.UU. quiere vetar las grasas trans. España opta “por el buen hacer de la industria” y olé…

Actualizado: Mar, 01/04/2014 - 09:30

@JulioBasulto_DN

El Comité Científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición insistió en 2010 en lo siguiente: “es preciso que la industria alimentaria ofrezca cada vez más productos con menor contenido en grasas saturadas y trans”. Y sí, la industria alimentaria se esfuerza un poco. De hecho existen unas cuantas empresas (no muchas) que han eliminado los ácidos grasos trans (AGT) de sus marcas. Un esfuerzo, en gran medida, resultado de la presión social, como detallan Stender y colaboradores en la revista BMJ Open en septiembre de 2012. ¿Es suficiente dicho arranque? En mi opinión, no. Creo que hace falta un empujoncito llamado “ley”, como explico más abajo.

Los AGT, un tipo de grasas innecesarias en la dieta y que nuestro cuerpo no necesita para nada, pueden provenir de cárnicos o lácteos (se producen por fermentación, en el rumen de los rumiantes), pero también a través determinados procesos de hidrogenación generados por la industria alimentaria. Tanto unos como otros suponen un riesgo para la salud, pero son los provenientes de la hidrogenación los más peligrosos, como detalló la Autoridad Alimentaria de Seguridad Alimentaria (EFSA) en 2010. 

En España nuestro consumo de AGT asciende a un 0,7% de la energía ingerida, cifra por debajo del límite superior de ingesta (1%) propuesto en 2003 por la OMS. El consumo, expresado en gramos, asciende a 2,1 gramos/diarios. No obstante, la propia OMS, en 2010,  reconoció que era necesario revisar el límite del 1%, debido a que aunque la media de la población se sitúe por debajo, ciertos grupos pueden estar ingiriendo cifras elevadas de AGT, lo que significa un notable riesgo para su salud. En grupos desfavorecidos o en adolescentes se observan ingestas que, en ocasiones, superan el 6% de la energía diaria. ¿Es eso peligroso? Lo es: un metaanálisis de cuatro grandes estudios prospectivos halló que una ingesta de AGT correspondiente a un 2% de la ingesta energética (unos 5 gramos diarios) se asocia con un incremento del riesgo de padecer una enfermedad coronaria del 23%.

En su informe, la OMS señala que ello da sentido a “la necesidad de eliminar las grasas y aceites parcialmente hidrogenados de la cadena alimentaria”.

El Ministerio de Sanidad español opta por la voluntariedad de las empresas, al considerar innecesaria una legislación más restrictiva y confía “en el buen hacer de la industria”. Pues qué bien. Es decir, tal y como detalla Noemí López-Ejeda un interesante texto denominado “Europa sigue perdiendo la lucha contra las grasas trans”, en España ni existe una limitación legislada para los AGT ni tampoco es obligatorio declarar la presencia de AGT en las etiquetas (una pista: sospeche cuando lea en los ingredientes “grasas parcialmente hidrogenadas”), algo criticado desde diversos sectores…y con razón. Ello sitúa al ciudadano en una situación de clara indefensión. Incluso aunque los AGT aparecieran en las etiquetas, ¿de verdad van a entender los consumidores que eso supone un riesgo para la salud? ¡Cuántas veces he escuchado a pacientes diciéndome que “¡si lo venden será porque se puede comer!”. Eso si miran las etiquetas, por cierto. Stender y colaboradores abundan en esta cuestión.

En todo caso, la obligación de declarar los AGT podría tener un efecto positivo, tal y como recogió Toni Carpio en su texto “EEUU modifica las etiquetas alimenticias tras 20 años, para destacar las calorías, el tamaño de las raciones y los azúcares añadidos”. En él se recogen unas declaraciones para The New York Times por parte de Margaret A. Hamburg, una comisionada de la FDA:

“Aunque la intención es que la gente sea consciente de cuánto y qué está comiendo, el hecho de detallar las calorías y el tamaño de las raciones puede llevar a que las empresas alimenticias ajusten lo que están poniendo en su comida. Por ejemplo, cuando la FDA añadió la categoría para los ácidos grasos trans en el año 2006, las empresas rápidamente redujeron la cantidad que añadían a los alimentos”

Y sigo: según cálculos llevados a cabo por Pelham Barton y colaboradores en 2011 (British Medical Journal), prohibir los AGT producidos de forma industrial supondría reducir la ingesta poblacional de energía a partir de estas sustancias en un 0,5%, lo que equivaldría a  reducir el riesgo relativo de fallecer por enfermedad cardiovascular en un 6%. Los investigadores estiman que aplicar dicho beneficio a la población de Inglaterra y Gales prevendría unas 2.700 muertes cada año, y ello se traduciría en un importante ahorro en gastos sanitarios. La relación coste-beneficio de dicha medida es, para los autores, incuestionable.

Por su parte, el profesor Walter Willett, de la Universidad de Harvard, declaró en noviembre de 2013, que en Estados Unidos se salvarían 7.000 vidas cada año si se eliminaran los AGT que todavía quedan en la cadena alimentaria. Aunque es cierto que Estados Unidos se aproxima al veto total de los AGT, la medida debe implementarse correctamente para evitar equívocos, ya que, como bien advierte la Dra. Marion, en dicho país se permite declarar que un alimento no contiene grasas trans si aporta menos de 0,5 gramos por ración, es decir, se trataría de una medida insuficiente para frenar los riesgos asociados a los AGT.

Aunque la industria alimentaria suele indicar que prohibir la producción de alimentos con AGT sería muy costoso y difícil, la realidad es que se trata de algo del todo factible, según detallaron Jennifer S Mindell y colaboradores en diciembre de 2012 (también en British Medical Journal). 

Los AGT ya han sido regulados por ley en cinco países europeos: Dinamarca, Suiza, Austria, Suecia e Islandia y los fabricantes se han adaptado rápidamente, fácilmente, y con un coste mínimo. ¿A qué esperamos?

P.D. Hoy (1 de abril de 2014) he publicado un texto en el portal Eroski Consumer, denominado "Grasas trans, ¿dónde se esconden?", en el que detallo más información al respecto.

 

Bibliografía citada.

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