Publicado: Mié, 25/09/2013 - 10:05
Actualizado: Lun, 14/03/2016 - 09:53
Algunos niños rechazan tomar alimentos nuevos con una determinación que no deja de ser llamativa. Es lo que los expertos denominan “neofobia alimentaria”, un fenómeno que, según concluye un nuevo estudio, podría ser hereditario, si bien en algunos casos tiende a desaparecer por sí solo con la edad.
Así, un estudio realizado por miembros de la University College London y del Kings College London, publicado en “The American Journal of Clinical Nutrition” con el título Genetic and environmental influences on children's food neophobia (Influencias genéticas y ambientales en la neofobia alimentaria en niños), concluye que la neofobia alimentaria en los niños “es altamente hereditaria”, aunque también considera que una cuarta parte de las causas serían atribuibles a factores del entorno.
El estudio partía de la base de que la neofobia alimentaria en niños ha venido asociándose con una reducida ingestión de frutas, verduras y alimentos ricos en proteínas y de que un mejor entendimiento de las posibles causas permitiría diseñar actuaciones más efectivas para mejorar las dietas de los más pequeños. Así las cosas, el referido estudio se fijó como objetivo cuantificar, de un lado, la importancia de los componentes genéticos y, de otro, los factores diferenciados del entorno que concurrían en casos de neofobia alimentaria infantil.
A tal efecto, un total de 5.390 parejas de gemelos de entre 8 y 11 años de edad fueron reclutadas para proceder al estudio. Sus padres respondieron cuestionarios sobre los hábitos alimenticios de los niños y sobre el entorno escolar y familiar. Según la investigación, los resultados mostraron que cerca del 80% de las variaciones observadas en los casos de neofobia se debían a una fuerte influencia de causas genéticas. Exactamente, los resultados mostrados fueron que “la herencia estimada fue de 0.78 (95% CI: 0.76, 0.79), mientras que el 22% restante de las variaciones se explicaron por factores no compartidos del entorno”. Al respecto de estas últimas conclusiones, los autores consideraron que un objetivo importante para futuras investigaciones debería ser identificar “los aspectos influénciales de un entorno específico en cada niño”.
En cualquier caso, en nuestra opinión, lo mejor que pueden hacer los cuidadores ante la neofobia, es despreocuparse, ya que es una respuesta no solo hereditaria (como hemos visto), sino del todo normal. Es más, para algunos investigadores, caso del professor David Benton (Universidad de Wales Swansea), se trata de “un mecanismo de supervivencia”. Benton expuso en la edición de julio de la revista International journal of obesity and related metabolic disorders que la neofobia disuade a los niños de probar alimentos que podrían ser venenos. “Ello no significa que el niño sea un mal comedor” insiste Benton, no sin recordar que se trata de algo que desaparece con el tiempo. Es fácil encontrar consejos bienintencionados para “solucionar” este inconveniente, que sugieren exponer de forma repetida el alimento (o los alimentos) al niño, para que disminuya su reticencia. Sin embargo, lo cierto es que el rango de “exposición” es tan amplio (de 11 a ¡90 veces!), que es más sensato tener en mente, como bien sugirió en 2010 el GREP-AEDN, una única palabra: paciencia.