Publicado: Mar, 28/01/2014 - 09:28
Actualizado: Jue, 17/04/2014 - 22:35
"Cuando llegó el camarero, el Imbécil pidió gusanos gordos, que es como él llama a los langostinos, y yo unas salchichas con ketchup; pero como no tenían, me tuvieron que traer un chuletón. Es lo que pasa con la comida tradicional, que solo la encuentras en casa."
"Y mientras comíamos nuestras cinco salchichas sobre un lecho de ketchup, mi madre se fue y volvió con el camisón rojo puesto. Era un rojo precioso, un rojo-ketchup, y mi madre estaba superguapa."
Manolito Gafotas. Yo y el Imbécil. (Elvira Lindo)
"Cocinar" con nuestros hijos incluye cualquier actividad relacionada con la cocina, adaptada a distintos gustos y edades: tocar los ingredientes, amasar, rebozar, mezclar, pesar... Por supuesto, quedan excluidas prácticas peligrosas como manejar cuchillos afilados, líquidos calientes o fuego. Y huelga decir que, si siempre debemos prestar atención a la seguridad de nuestros hijos, en la cocina debemos tomárnoslo todavía más en serio.
Seguramente son muchos los motivos por los que cualquier institución que vele por la salud pública recomendaría que los padres cocinaran con sus hijos pequeños en casa. El primero y más importante es porque es divertido, claro, pero uno imprescindible es la transmisión de hábitos y cultura que supone. Y por eso, solo será positivo si lo que cocinamos con ellos son platos tradicionales o comida saludable. Idealmente, las dos cosas.
La comida es cultura y debemos pensar cuál queremos transmitir a nuestros hijos. Es aconsejable desterrar la cultura de la comida no saludable.
Hacer figuras de patatas fritas con manzana y meterlas en una media manzana hueca, con la M de McDonald's, podría parecer una forma de que nuestros hijos coman “comida saludable”, pero supone un error de transmisión de cultura: significa normalizar la presencia de este tipo de comida en casa y hacerle publicidad con nuestros hijos.
¿Qué cocinamos en casa? ¿Qué recordarán nuestros hijos como "comida de casa" el resto de su vida?
Casi mejor no contribuyamos a que a nuestros hijos se les pase por la cabeza lo que el pobre Manolito pensaba en el restaurante. Desde luego, no vamos a aislarlos del mundo, en el sentido de que ese tipo de comida la van a conocer de todos modos. Pero existe una gran diferencia entre conocerla y que esté también dentro de casa. Y no digamos ya que me la ofrezcan mis padres sin que la pida, e incluso que "preparemos figuritas" juntos.
Si es algo presente solo fuera de casa, probablemente no tenga su confianza incondicional y se pararán a juzgarla. Podrán preguntarse por qué "ese tipo de comida" no estuvo en la mesa de casa de forma habitual, ni mis padres la cocinaban. Somos nosotros quienes podemos darles la oportunidad de hacerse esa reflexión.
Actualmente tenemos en casa infinitas posibilidades de imitar la comida procesada poco saludable, con robots y sofisticadas máquinas domésticas.
En los foros de cocina abundan recetas que imitan galletas y bollería industrial, productos que se conocen por el nombre de la marca. También repostería americana cuyo mayor mérito consiste en no parecer comida sino figuras de escayola, y ocultar los colores naturales de los ingredientes bajo tintes de colores chillones. Dicen que se puso de moda cuando Carrie, de "Sexo en Nueva York", se comió una "cupcake" en un capítulo. Increíble el poder de la televisión...
Mejor que no cocinemos con ellos (o para ellos) pollo a la Cocacola, salsa de chicle, tarta de Donuts, cronuts, cakes, muffins, cookies, Chips Ahoy, Tigretones, tarta de galletas Oreo, tartas de fondant, chucherías, tarta de Huesitos (un top ten)... Juro que todo esto existe.
Los productos no saludables imitan sabores y olores de frutas sin llevar muchas veces ni una pizca de fruta. Se da el caso de productos infantiles como toallitas o jabones, que se venden con el reclamo de "olor a chuche". ¡Pero el "olor a chuche" no existe! ¿Lo hemos hecho un olor en sí mismo y olvidado el producto que imitan? Qué subidón de categoría para las chuches... Esto es síntoma de que algo en la transmisión de cultura está funcionando muy mal.
Entre las múltiples ventajas que presenta que los niños cocinen, una de las más importantes es que les estamos dotando de una herramienta fundamental para cuidar su salud. Según el proverbio "no me des pescado, enséñame a pescar", nos debería preocupar tanto que coman saludablemente como que entiendan el cocinar como un hábito cotidiano que incluso puede ser creativo y divertido.
De esta manera también les enseñamos a valorar que nosotros cocinamos porque es una manera más de cuidarles. Y les transmitimos cómo, a su vez, ellos tienen la capacidad de cuidar a los que quieren. Los niños juegan a cuidar peluches, muñecas... Es muy interesante aprender a cuidar personas.
Algo interesante que podemos pensar, es qué recuerdos tendrán en general de su infancia: cocinar activa los sentidos.
Los olores son fijados en el cerebro como los recuerdos más primitivos. Cualquier olor parecido les trasladará a nuestra cocina con nosotros al lado.
Cocinando les daremos a nuestros hijos la oportunidad de conocer una enorme gama de colores de productos crudos sin procesar. Mejor asociar el rojo al tomate que al ketchup, como Manolito.
Recuerdo la cara de felicidad de Amelie cuando hundía la mano en los sacos de legumbres y disfrutaba con su tacto. Relacionarse con los ingredientes, tocarlos, olerlos, conocerlos en crudo, mancharse con ellos... les va a aportar conocimiento de la naturaleza, de los productos de temporada, de los procesos culinarios, de nuevo vocabulario, el gran placer de mancharse (cosa que tantas veces no está permitido en la mesa)...
Tampoco olvidemos que los niños urbanos tienen cada vez menos oportunidades de mancharse las manos, ni siquiera están acostumbrados. Incluso hay investigadores, como Bloomfierd y colaboradores (Clin Exp Allergy. 2006 Apr;36(4):402-25), que valoran como potencialmente positiva una cierta exposición a microorganismos (entendiendo que se trata de una exposición moderada, no peligrosa y que no desalienta unas buenas prácticas de higiene) ya que ello podría ser beneficioso desde el punto de vista del estímulo de nuestro cada vez más “perezoso” sistema inmunitario.
“Cocinar juntos” es un planteamiento distinto a: “yo cocino y tú me ayudas”. Todos entenderemos sin explicitarlo que nosotros aportamos más trabajo y experiencia, y que cocinar con ellos nos supone más trabajo aún. “Cocinemos juntos” resulta más respetuoso y nos sitúa a ambos en el mismo plano, dejando las puertas abiertas a la creatividad y participación.
Un motivo más para cocinar con los niños: mientras cocinamos, si tenemos controlado el proceso, el ambiente se convierte en relajado y acogedor, perfecto para animar a conversar. La comunicación es fundamental para fomentar los vínculos dentro de una familia, así como el cariño y el respeto. Y es algo que, por falta de tiempo, diferencias generacionales y porque realizamos actividades tan distintas a lo largo del día, resulta cada vez más difícil. Aprovechemos cada oportunidad.
Para saber más:
- http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/16630145/
- http://metode.cat/Revistes/Seccions/La-ciencia-a-taula/L-aroma-lleugerament-dolca-de-la-flor-de-taronger
- http://metode.cat/Revistes/Monografics/El-que-mengem/Gust-i-olfacte-de-la-supervivencia-al-plaer
- http://metode.cat/Revistes/Monografics/El-que-mengem/Explorant-els-principis-de-la-cultura-gastronomica
- http://metode.cat/Revistes/Monografics/El-que-mengem/Menjar-rapid-menjar-lent-cultura-o-barbarie
- http://metode.cat/Revistes/Document/Etnobotanica-infantil-mengivola/Etnobotanica-infantil-mengivola
- http://www.juliobasulto.com/se_me_hace_bola.htm
- http://www.dimequecomes.com/2011/02/vivan-los-blog-de-cocina-pero-analisis.html