Publicado: Vie, 26/10/2018 - 09:14
Actualizado: Lun, 05/11/2018 - 16:59
¿Es el desayuno la comida más importante del día? ¿Deberíamos todos desayunar? La semana pasada Daniel H. Pink, uno de los pensadores contemporáneos más provocativos, dedicó un capítulo de su nuevo libro “¿Cuándo? La ciencia de encontrar el momento preciso” (Alienta Editorial) a este tema, echando mano de un montón de estudios. Hoy te ofrecemos en primicia íntegramente el referido capítulo. Son solo tres páginas, el tiempo que lleva tomarse un café, pero, sí logras leerlas, considérate bien desayunado intelectualmente.
Sobre este autor leí hace un par de años una entrevista en La Contra de “La Vanguardia” que me pareció muy interesante. En ella, Pink, que en su día fue asesor del vicepresidente demócrata Al Gore, consideraba que la revolución digital había propiciado que los ciudadanos se agruparan por ideologías, aficiones, o incluso manías, y que recibieran exclusivamente mensajes que les reforzaban. Es lo que Pink llama “visión en túnel”. A saber: si crees que los zumos verdes depuran, solamente abrirás las orejas a aquellas informaciones que ratifiquen esta idea y harás oídos sordos (esto es, te entrará por un oído y te saldrá por el otro, sin dejar rastro) a quienes afirmen que ya nos depuramos cada vez que vamos a evacuar o a través de la respiración y el sudor. Se podrían poner otros mil ejemplos parecidos.
Ahora, en su nuevo libro, Pink ha leído más de 700 estudios sobre temáticas muy diversas (entre ellas, la alimentación) y se ha atrevido a emitir un veredicto sobre si el desayuno es (realmente) la comida más importante del día. Helo aquí:
La comida más importante del día
Después de levantarte esta mañana, un poco antes de empezar una jornada de rellenar informes, hacer entregas o perseguir a los niños, seguramente desayunaste. Puede que no te sentaras a tomar un desayuno completo como es debido; una tostada, tal vez, o un yogur pequeño, que quizá ayudaras a bajar con café o té. El desayuno fortalece al cuerpo y da combustible al cerebro. Es también una valla de contención para el metabolismo: desayunar impide que nos atiborremos el resto del día, manteniendo así nuestro peso y colesterol a raya. Estas verdades son tan autoevidentes, y sus beneficios tan manifiestos, que el principio se ha convertido en un catecismo nutricional. Repite conmigo: el desayuno es la comida más importante del día.
Como devoto desayunador, suscribo este principio. Pero como me pagan para trastear con las revistas científicas, me he vuelto más escéptico. La mayoría de las investigaciones que demuestran el poder redentor de una comida matutina y el pecado de saltársela, son estudios observacionales en vez de experimentos controlados, aleatorizados. Los investigadores siguen a gente por ahí, observan lo que hace, pero no la compara con un grupo de control (1). Eso significa que sus resultados muestran una correlación (las personas que desayunan pueden estar más sanas), pero no necesariamente una causalidad (a lo mejor es que los que están más sanos son más propensos a desayunar). Cuando los investigadores han aplicado métodos científicos más rigurosos, los beneficios del desayuno han sido más difíciles de detectar. “La recomendación de tomar el desayuno o saltárselo (…), contradiciendo puntos de vista muy propugnados (…) no tiene efectos discernibles sobre la pérdida de peso”, dice uno de ellos (2). “La creencia (en el desayuno) (…) supera el rigor de la evidencia científica”, dice otro (3). Si a esto le añadimos que varios estudios que demuestran las virtudes del desayuno fueron financiados por grupos industriales, el escepticismo se intensifica.
¿Deberíamos todos desayunar? La visión convencional es un hojaldrado y delicioso sí. Pero como dice un destacado nutricionista y estadístico británico: “La evidencia, en su estado actual, significa que, por desgracia, la respuesta sencilla es: no lo sé” (4).
Así que toma el desayuno, si quieres. O sáltatelo, si lo prefieres. Pero si te preocupan los peligros de la tarde, empieza a tomarte más en serio la comida, tan vilipendiada y fácilmente descartada, que llamamos almuerzo (“el almuerzo es para gente desocupada”, dijo célebremente el supervillano del cine de los ochenta Gordon Gekko). Según un cálculo, el 62 por ciento de los empleados de oficina estadounidenses engullían el almuerzo en el mismo lugar donde trabajaban todo el día. Estas escenas deprimentes (el móvil en una mano, el bocata pastoso en la otra, y la desesperación flotando sobre el cubículo) tiene incluso nombre: sad desk lunch, o triste almuerzo de escritorio. Ese nombre ha dado lugar a un pequeño movimiento en internet donde la gente publica fotografías de sus tan patéticas comidas de mediodía” (5). Pero es hora de que prestemos más atención al almuerzo, porque los científicos sociales están descubriendo que es mucho más importante para nuestro rendimiento de lo que somos conscientes.
Por ejemplo, un estudio de 2016 observó a más de ochocientos trabajadores (la mayoría, de los sectores de las tecnologías de la información, la educación y los medios de comunicación) de once organizaciones distintas, de los cuales algunos solían hacer pausas para comer alejados de sus mesas y otros no. Los que no comían en la mesa de trabajo eran más capaces de lidiar con el estrés laboral y presentaban un menor agotamiento y un mayor vigor no sólo durante el resto del día, sino nada menos que un año después.
“Las pausas para comer –dicen los investigadores– proporcionan un marco de recuperación importante para promover la salud ocupacional y el bienestar”, en particular para “los empleados con trabajos cognitiva o emocionalmente exigentes” (6). Para los colectivos que requieren altos niveles de concentración (los bomberos, por ejemplo) comer en grupo también potencia el rendimiento del equipo (7). No sirve para cualquier almuerzo, sin embargo. Las pausas para comer más potentes tienen dos ingredientes clave: la autonomía y el distanciamiento. La autonomía (ejercer cierto control sobre lo que haces y cómo, cuándo y con quién lo haces) es fundamental para un alto rendimiento, especialmente en tareas complejas. Pero es igualmente fundamental cuando nos tomamos un descanso de las tareas complejas. “La medida en que los empleados pueden determinar cómo utilizan sus pausas para comer pueden ser igual de importantes que lo que hacen los empleados en su hora de comida”, dice un grupo de investigadores (8).
El distanciamiento –tanto psicológico como físico– es también fundamental. Seguir concentrado en el trabajo durante el almuerzo, o incluso usar un móvil para visitar las redes sociales, puede intensificar el cansancio, según múltiples estudios, pero desviar la atención de la oficina produce el efecto contrario. Unas pausas para comer más largas y alejadas de la oficina pueden tener un efecto profiláctico contra los peligros de la tarde. Algunos de estos investigadores sugieren que “las organizaciones deberían de promover la recuperación del almuerzo dando opciones para pasar las horas de comida en lugares distintos que faciliten el distanciamiento, como hacer el descanso en un entorno no laboral, ofreciendo un espacio para actividades de relax” (9). Lentamente, las empresas están reaccionando. Por ejemplo, en Toronto, CBRE, la gran empresa inmobiliaria, ha prohibido comer en la mesa con la esperanza de que los empleados descansen para comer como es debido” (10).
Ante la evidencia, y los peligros del valle, es cada vez más obvio que debemos revisar algunos consejos que se oyen con frecuencia. Repitan conmigo, hermanos y hermanas: el almuerzo es la comida más importante del día.
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Referencias bibliográficas
(1)Ver, p. ej., McCrory, Megan A., «Meal Skipping and Variables Related to Energy Balance in Adults: A Brief Review, with Emphasis on the Breakfast Meal», Physiology & Behavior 134, (2014), pp. 51-54; y Szajewska, Hania y Ruszczyński, Marek, «Systematic Review Demonstrating That Breakfast Consumption Influences Body Weight Outcomes in Children and Adolescents in Europe», Critical Reviews in Food Science and Nutrition 50, n.º 2, (2010), pp. 113-119, donde los autores advierten sobre que «los resultados deberían intepretarse con un grado sustancial de cautela debido a los deficientes reportes del proceso de revisión y la falta de información sobre la calidad de los estudios incluidos».
(2). Dhurandhar, Emily J. et al., «The Effectiveness of Breakfast Recommendations on Weight Loss: A Randomized Controlled Trial», American Journal of Clinical Nutrition 100, n.º 2, (2014), pp. 507-513.
(3) Brown, Andrew W., Bohan Brown, Michelle M. y Allison, David B., «Belief Beyond the Evidence: Using the Proposed Effect of Breakfast on Obesity to Show 2 Practices That Distort Scientific Evidence», American Journal of Clinical Nutrition 98, n.º 5, (2013), pp. 1298-1308; Levitsky, David A. y Pacanowski, Carly R., «Effect of Skipping Breakfast on Subsequent Energy Intake», Physiology & Behavior 119, (2013), pp. 9-16.
(4) Chowdhury, Enhad y Betts, James, «Should I Eat Breakfast? Health Experts on Whether It Really Is the Most Important Meal of the Day», Independent, 15 de febrero de 2016. Ver también Mohammadi, Dara, «Is Breakfast Really the Most Important Meal of the Day?» New Scientist, 22 de marzo de 2016.
(5)Ver, p. Ej., <http://saddesklunchorascom, la fuente de la quizá dudosa cifra del 62 por cinto en ese párrafo.
(6) Sianoja, Marjaana et al., «Recovery During Lunch Breaks: Testing Long-Term Relations with Energy Levels at Work», Scandinavian Journal of Work and Organizational Psychology 1, n.º 1, (2016), pp. 1-12.
(7) Kniffin, Kevin M. et al., «Eating Together at the Firehouse: How Workplace Commensality Relates to the Performance of Firefighters», Human Performance 28, n.º 4, (2015), pp. 281-306.
(8) Trougakos, John P. et al., «Lunch Breaks Unpacked: The Role of Autonomy as a Moderator of Recovery During Lunch», Academy of Management Journal 57, n.º 2, (2014), pp. 405-421.
(9) Sianoja, Marjaana et al., «Recovery During Lunch Breaks: Testing Long-Term Relations with Energy Levels at Work», Scandinavian Journal of Work and Organizational Psychology 1, n.º 1, (2016), pp. 1-12. Ver también Rhee, Hongjai y Kim, Sudong, «Effects of Breaks on Regaining Vitality at Work: An Empirical Comparison of ‘Conventional’ and ‘Smartphone’ Breaks», Computers in Human Behavior 57, (2016), pp. 160-167.
(10) Immen, Wallace, «In This Office, Desks Are for Working, Not Eating Lunch», Globe and Mail, 27 de febrero de 2017.