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“Alimentación saludable para niños geniales”

Actualizado: Jue, 26/04/2018 - 18:35

Nutricionistas jóvenes, valientes y muy capaces, como Griselda Herrero, luchan incansablemente para contrarrestar la desinformación que la industria expande por los medios
El desayuno es la comida más importante del día, en efecto, pero no para los niños, sino para la industria alimentaria
Una alimentación basada en alimentos procesados afecta negativamente al desempeño académico de los niños
No hay ningún alimento que, por sí mismo, nos aporte beneficios únicos que algún otro alimento no pueda aportar. Los mal llamados superalimentos no existen, ni en niños ni en adultos, mal que les pese a las influencers, a las revistas de tendencias y a las empresas que los encumbran para obtener un beneficio económico

Contaba en sus memorias un empresario que el mejor consejo que recibió de su padre (también empresario) fue ser o todo honrado o nada honrado, “ya que medio honrado no se puede ser” (y además es imposible). Pues bien, la decencia nutricional es el primer ingrediente de “Alimentación saludable para niños geniales” (Amat), el libro que acaba de publicar la dietista-nutricionista sevillana, Griselda Herrero.

Comer mal en nuestra sociedad es tan sencillo y cotidiano que a muchas familias les cuesta reconocerlo; claro está que no ayuda el ímpetu que la industria alimentaria exhibe sin pudor, favorecida por una legislación hecha a medida, publicidad ubicua y atractiva, siempre en el límite de la legalidad, basada en la exageración y en la falta de ética y sensibilidad con la infancia”, escribe en el prólogo el pediatra Carlos Casabona.

La suerte es que desde hace unos años, prosigue Casabona, “el colectivo de dietistas-nutricionistas (profesionales sanitarios jóvenes, valientes, preparados y capaces) lucha incansablemente por contrarrestar la desinformación que la industria expande por los medios, enseñando a todas las familias a conocer el verdadero valor de la comida real” y su lado oscuro.

Y aquí es cuando entra en juego Griselda Herrero. Como constata en la página 193, casi al final del libro, sería mucho mejor que los niños, en lugar de venir con un pan bajo el brazo, llegaran con un manual de instrucciones que incluyera lo que necesitan a la hora de comer. Pero no.

A partir de este planteamiento, Herrero imita a Pulgarcito y va dejando miguitas de pan integral por el camino. “Partamos de la premisa de que hay que consumir alimentos y no productos. Yo siempre digo que  cuantas menos florituras, dibujos, etiquetas y distintivos destacados tenga lo que compramos, mejor” (página 35). Un tema sobre el que vuelve más adelante al aconsejar desconfiar de productos con muchas alegaciones, incluso aunque la etiqueta luzca el sello de una entidad científica. “Cuanto más se quieren vender como saludables, más truco hay. Las sociedades científicas también tienen conflictos de interés; muchas de ellas avalan estudios de empresas y otras tienen acuerdos económicos” (pag 185). 

Por comenzar desde el principio, Griselda recuerda que la OMS recomienda la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses. “La leche materna aporta la cantidad total de nutrientes y energía que requiere el bebé hasta los seis meses, la mitad de sus necesidades hasta el primer año de vida, y un tercio en el segundo año. La manera más adecuada (…) es tratar de iniciarla en la primera hora de vida del bebé, que sea realmente exclusiva (es decir, que no se le dé al bebé ninguna otra cosa, ni siquiera agua), que sea a demanda (o, lo que es lo mismo, cuando el bebé quiera y en la cantidad que quiera, independientemente del tiempo que haya pasado desde la última toma) y que no se utilicen biberones ni chupetes (pues la forma de succión es diferente y puede perjudicar el establecimiento de la lactancia materna)” (página 65). Lo dice Griselda Herrero, doctora en Bioquímica, profesora asociada de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, académica de número de la Academia Española de Nutrición y Dietética, directora del centro Norte Salud Nutrición, revisora de la Revista Española de Nutrición Humana y Dietética y, sobre todo, madre de Nora y Antonio.

Más miguitas: el desayuno no es la comida más importante del día, “ya que no podemos buscar la perfección nutricional en una única comida, sino que debemos hacerlo en el cómputo del día o incluso de la semana” (página 90). “Resulta que en los últimos informes del Informe Aladino (2015), realizado por el Ministerio de Sanidad, en el que se analiza cómo desayunan los niños españoles, (…), el 78,4% toman leche (no se especifica si se añade azúcar), el 39,1% galletas, el 33% cacao o chocolate, el 21% cereales, el 20% pan, el 12,3% bollería, el 8,4% fruta o zumo, el 5,1% yogur o lácteo y el 3,9% batidos” (página 84). Un auténtico desastre, vamos. Pero también un dato para la reflexión: el desayuno es la comida más importante del día, en efecto, pero no para los niños, sino para la industria alimentaria.

Lo que les estamos dando de desayunar a nuestros hijos se reduce a harinas refinadas, azúcares, grasas insanas y sal, con las consecuencias que esto tiene sobre la salud” (página 84). Entonces, ¿cómo debería de ser un desayuno saludable? Respuesta correcta: formado por alimentos frescos, apetecibles y basados en los niveles de hambre (es decir, sin forzar a los niños a comer). He aquí algunos ejemplos: leche con canela o cacao puro (también bebidas vegetales, excepto la bebida de arroz, cuyo uso no está recomendado para los niños por sus niveles de arsénico inorgánico) + tostada integral con aguacate.  Yogur natural sin azúcar con nueces, fresas y copos de avena. Crema de cacahuete casera con pera. Fruta de temporada cortada + revuelto de champiñones (página 87). Que todo el mundo lo tenga claro: “una alimentación basada en alimentos procesados afecta negativamente al desempeño académico de los niños” (página 116). Sí, es cierto: dar a los niños unos cereales azucarados y un zumo procesado es muy cómodo (no digamos ya, si, además, se permite a la niña o al niño desayunar acompañado de alguna pantalla), pero allana el camino para el sobrepeso y la obesidad, además de mal educar las preferencias alimentarias.

Vaya por delante que el libro de Herrero es muy práctico y ofrece soluciones en lugar de limitarse a enunciar problemas. En este sentido, es un libro tan claro como el agua, que gustará sin duda a las mamás y papás que anhelan la mejor información posible para que sus hijos crezcan sanos.

Es muy importante–prosigue Herrero– no castigar, sobornar, premiar, prohibir ni obligar a los niños con comida” (página 145). Es decir: “si te portas mal, no te daré dulces” u “olvídate de ir al parque si no te lo comes todo”, ya que la niña o el niño decodifican los mensajes a su manera: “los dulces son para momentos buenos”, “para poder divertirme, me lo tengo que comer todo”. En realidad, lo ideal es ofrecerles premios que no guarden relación con la comida: “cuando acabes de cenar, te leeré un cuento” o “bailaremos un rato juntos” .

Otros temas interesantes tratados en el libro son la importancia de la flora intestinal en el rendimiento académico (página 79), el uso de suplementos alimenticios en niños (página 103) y los trucos para practicar la atención plena o mindfulnessen la mesa (tema en el que Herrero se maneja como pez en el agua).

Respecto a si los llamados “superalimentos” funcionan en los niños, Griselda anota lo siguiente: “ni en niños ni en adultos, los mal llamados superalimentos no existen” (página 184). “No hay ningún alimento que, por sí mismo, nos aporte beneficios únicos que otro no pueda aportar. La única excepción es la leche materna en los primeros años de vida. Los estudios que se han realizado con algunos de estos superalimentos (chía, quinoa, kale, alga espirulina, etc.) son todos en adultos y su diseño deja mucho que desear. Es decir, un estudio de cuarenta personas que no se ha reproducido en ninguna otra parte del mundo, tampoco se puede extrapolar a la población general así como así. Y mucho menos a los niños. La publicidad es muy persuasiva y utiliza las propiedades de la chía o la quinoa –que ciertamente son saludables utilizadas de forma adecuada– para magnificar sus cualidades y hacernos pensar que nos volverán inmortales y perfectos”. Amén.

En definitiva, un libro para educar en el ejemplo, muy sencillo y ameno, que contiene la información necesaria para que la crianza tenga un final feliz, más allá de los “cuentos” de los monstruos de las galletas y otros ogros infantiles que se presentan disfrazados de corderos para embaucar a las familias.

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