Publicado: Mar, 02/07/2019 - 09:40
Actualizado: Mar, 02/07/2019 - 10:52
“Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos”. Esta cita de Viktor Frankl, el psiquiatra y filósofo austriaco, abre el primer capítulo del libro “Psiconutrición” (Arcopress), de Griselda Herrero y Cristina Andrades, que en pocos meses ya lleva tres ediciones. Si Frankl fue un gran escalador de montañas al que no le asustaba el vértigo, hasta el punto de sacarse con 67 años la licencia de piloto de aviación, las dos autoras no se quedan cortas: mantener una relación saludable con la comida es hoy más difícil que subir al Everest.
La buena noticia es que cuando se concluye la ascensión, es decir, la lectura del libro, tras dejar atrás el campo base y sortear toda suerte de escollos, desde la cima se divisa el mar. Así que lo mejor de este notable libro es que ofrece unas vistas panorámicas insuperables e impulsa un aire limpio sin atisbos de contaminación cruzada. Ello es posible gracias a una bibliografía espléndida y un estilo esclarecedor que rehúye de quedarse en la superficie para aspirar a cotas más altas. La impresión que trasmiten Herrero y Andrades es que saben muy bien de lo que hablan y de su contexto.
El punto de partida de la “expedición” de ambas autoras es la psiconutrición pero lo importante no es Ítaca, sino el camino que trazan en sus 221 páginas. “Cuando hablamos de psiconutrición –indican al empezar el libro– nos referimos a un enfoque integral de la persona que se basa en el abordaje conjunto entre, al menos, dos profesionales sanitarios que son el dietista-nutricionista y el psicólogo”. Es decir, la psiconutrición sería como un iceberg: las personas acuden a pedir ayuda por un motivo concreto (sería la superficie de la gran masa flotante), pero la labor del profesional sanitario consiste en conocer las causas subyacentes que han llevado a la persona en cuestión a encontrarse en la situación actual (la zona del iceberg que se encuentra bajo el agua). Es decir, aunque el resultado visible pueda ser un peso poco saludable, la raíz del problema se encuentra, habitualmente, en el estrés laboral, los problemas de pareja, la falta de autoestima, el tener expectativas demasiado elevadas, etc. Por este motivo, el equipo de trabajo puede incorporar otros profesionales, además del dietista-nutricionista y el psicólogo, dependiendo de las necesidades de la persona, e incluir a médicos, entrenadores personales, cocineros, educadores, fisioterapeutas, pedagogos, etc. El objetivo de este enfoque novedoso es obtener resultados que perduren en el tiempo: “haz aquello que seas capaz de mantener, pues de lo contrario, estará destinado al fracaso”, anotan Herrero y Andrades.
Pero, siendo esta parte muy interesante, sobre todo, para marcar distancias con el uso indebido que se hace del término en las redes sociales, el libro explica muy bien conceptos como “compensar”, “superalimento”, “real food” (cada vez es más habitual encontrar a personas frustradas en consulta por no ser capaces de comer al 100% la llamada “comida real”), “genes” (“existe una predisposición genética a la obesidad, es cierto, pero no debemos agarrarnos a ello como justificación a no perder peso, pues el porcentaje de influencia genética de la obesidad es del 5-10%”, anotan las autoras), “metabolismo”, “ayuno”, “Baby Led Weaning” o BLW (“que no es más que el hecho de que sea el niño quien decida qué, cómo y cuánto comer”, escriben en la página 161), “dieta de mantenimiento” (“para nosotras, no existe”), etc.
Pese a que el volumen aborda los factores psicológicos de la obesidad y los siete tipos de hambre (olfativa, visual, de estómago, de boca, de oído, de corazón y mental) que revelara Jan Chozen Bays en el libro “Comer atentos”, su principal virtud es que, con independencia del tema abordado, trasmite credibilidad por norte, sur, este y oeste. En este sentido, es un libro muy útil, lleno de consejos y tips que incide en la idea de que “el cambio es una puerta que se abre desde dentro”.
Tras pasar revista a los diferentes factores que intervienen para que la relación que mantenemos con la comida esté alterada, se llega al penúltimo capítulo, titulado “Nadie dijo que fuera fácil, pero merece la pena”. El consejo es ir paso a paso, sin prisa, pero sin pausa, pues dado que las personas engordamos con el paso de los años, “no es lógico querer bajar de peso mucho más rápido de lo que se ha subido”. Es decir, si alguien, pongamos por caso, engorda 8 kilos en 4 años, a razón de 2 kilos cada 365 días, la manera más saludable de deshacerse de estos 8 kilos sobrantes sería a lo largo de 4 años, es decir, en el mismo periodo en que se ganaron, y no en un mes o dos, más que nada porque la práctica demuestra que este método no funciona, además de ser ingrato (en un 95% de los casos, las personas que realizan regímenes restrictivos recuperan el peso perdido y algún kilo más de regalo a los pocos meses de dejar atrás la dieta milagro de turno).
Un posible resumen es que cualquier dieta que tenga que acabar es un ejercicio inútil. La meta, así pues, “es mantener a largo plazo los cambios que has logrado, lo que indicará que los has incorporado en tu día a día como un estilo de vida”, puede leerse en la página 192.
“Si una persona lleva una vida saludable, porque coma peor en Navidades, en un cumpleaños o en una fiesta, no dejará de estar sana, pues su estilo de vida sigue en la misma línea. De la misma forma, si alguien lleva una vida poco saludable, el hecho de que durante unos meses coma mejor o haga deporte no mejorará su salubridad”, avisan casi al final.
El libro se cierra con un capítulo pensado para los profesionales sanitarios que persiguen que sus pacientes cambien la relación que mantienen con la comida. Sin embargo, se trata de una obra apta para todos los públicos en la que las autoras en lugar de precipitarse al vacío de las inexactitudes llegan a coronar la cima de un problema que cada vez se presenta más como una montaña.