Publicado: Vie, 29/03/2019 - 11:51
Actualizado: Sáb, 28/09/2019 - 10:20
Julio Basulto y Juanjo Cáceres acaban de publicar “Dieta y cáncer” (Martínez Roca) para saldar la deuda pendiente que arrastraban, como defensores de la salud pública, con quienes proclaman que es posible curar esta enfermedad con una crema de quinua dulce, una infusión de té verde con cúrcuma al aroma de limón y un pudin de chía. Cito a la creadora de estas recetas, Odile Fernández, autora de libros como “Mis recetas anticáncer” y “Mi revolución anti cáncer”, entre otras joyitas.
Gracias a best sellers como los anteriores, Fernández ha pedido una excedencia y ahora se dedica a su blog y a dar charlas por pueblos y ciudades, en las que al finalizar el acto es posible adquirir una camiseta “verde esperanza” en la que puede leerse: “Si crees en los sueños, los sueños se hacen realidad. Nunca dejes de soñar”.
Hace algunos años, mientras preparaba un reportaje, visité una clínica ayurveda hasta la que se desplazaban incluso pacientes australianos y norteamericanos para intentar vencer a cánceres avanzados. Allí les daban infusiones para estimular los “doshas” o biotipos corporales a cambio de cien euros la sesión y les animaban luego a pasear por los esplendorosos campos de alrededor. También conozco de primera mano el caso de amigos y amigas del alma (¡Petons, Marina!), que continúan luchando contra la enfermedad y que, llegado el momento, hacen auto de fe y abren sus mentes a remedios “alternativos”. En realidad, les entiendo perfectamente, pues no hay nada más humano que creer en lo milagroso, pero mi consejo para ellas y ellos siempre es el mismo: “hazlo si piensas que puede ayudarte, pero no abandones por ningún motivo el tratamiento del médico: una buena alimentación puede ser preventiva o paliativa, pero nunca curativa”.
Por ello, me ha gustado encontrar, nada más abrir el libro, una cita del catedrático de Medicina Edzard Ernest, al que me consta que Basulto y Cáceres profesan honda admiración: “Nunca habrá una cura alternativa para el cáncer (…) Muchísimos “empresarios” están tratando de explotar a los pacientes desesperados con cáncer al hacer afirmaciones sobre “curas” alternativas al cáncer que van desde el aceite de tiburón a la amigdalina y desde el essiac (una infusión que contiene raíz de bardana, ruibarbo indio y corteza de olmo resbaladizo (sic) que, supuestamente, reduce el tamaño del tumor, alivia el dolor, controla la diabetes, elimina el SIDA, bla, bla, bla) al muérdago. No son otra cosa que mentiras. ¿Por qué? Me explico. Si alguna vez surge un tratamiento curativo contra el cáncer de la medicina alternativa que haya mostrado alguna promesa, sería investigado muy rápidamente por los científicos y, si los resultados fueran positivos, sería inmediatamente adoptado por la oncología convencional. Por tanto, la noción de una cura alternativa para el cáncer es una contradicción. Implica que los oncólogos son mezquinos bastardos quienes, frente a un inmenso sufrimiento, rechazan una cura prometedora, simplemente porque no surgió de sus propias filas”.
También me ha agradado el prólogo de Carlos Mesa, el estupendo conductor del programa “Gente despierta” de Radio Nacional de España, al que siempre es una delicia escuchar. Rescato estos dos párrafos suyos, con los que comulgo a pies juntillas:
(…) “El éxito de las redes sociales, sustentadas en minititulares, siempre llamativos y con cada vez menos caracteres, ha provocado que los medios de comunicación busquen el impacto. Y los diarios digitales compiten por conseguir el mayor número de clics, a veces a cualquier precio. Titulares como “Las vacunas producen autismo”, “El zumo de limón es 10.000 veces más efectivo contra el cáncer que la quimioterapia”, “Las patatas fritas pueden ser una solución para la calvicie”, “El alcohol ayuda a aprender idiomas”…llaman mucho la atención. Y no me los invento, han sido publicados”.
(…) “Los periodistas recibimos casi cada día por correo electrónico notas de prensa que intentan “vender” estudios muy dispares relacionados con la alimentación: sobre los beneficios de los zumos, del jamón, del chocolate, del azúcar, de las golosinas… Investigaciones que suelen firmar profesionales de distintas universidades, nacionales e internacionales. Basta con echar un ojo a quienes han firmado el proyecto para darse cuenta del engaño. Pero entiendo que títulos sugerentes como “Cuídate este verano con jamón”, “Chocolate, refrescos, cereales y golosinas ya no son enemigos de nuestra salud”, “Ocho vinos para ocho platos típicos de otoño”, “Se busca el mejor torrezno del mundo”…pueden llamar tanto la atención que acabemos entrevistando a quienes defenderán a capa y espada esas notas de prensa. Prometo que he copiado textualmente los títulos de los correos, aunque parezcan inventados. Pero está claro que si velamos por la salud de los ciudadanos, sobre todo en los medios públicos, debemos procurar que se nos cuelen informaciones de este tipo. Lo mismo ocurre con muchos libros”.
Por este y otros motivos, Julio Basulto, Toni Carpio y quien suscribe estas líneas, impulsamos en el año 2013 la web “Comer o no Comer”: para defender la salud pública y acercar la nutrición al gran público, intentando conjugar amenidad y rigor científico.
Hace poco escuché decir a alguien en un programa radiofónico que “la mejor autoayuda es la cultura” y estoy de acuerdo. Este libro de Cáceres y Basulto lo demuestra al aportar toda la información necesaria para luchar contra el cáncer “con fundamento”, como diría Arguiñano. “Cuando una afirmación es demasiado bonita para ser verdad –anotan los autores en la introducción–, casi siempre es una vil mentira. Los polvos de Campanilla, que hacen volar a los amigos de Peter Pan, solo existen en los cuentos”.
Así pues, los lectores de este libro no encontrarán en él ni un mísero cartílago de tiburón que añadir a la dieta, ni una infusión de vainas de anís estrellado, sino la verdad y nada más que la verdad sobre lo que la ciencia ha averiguado a día de hoy acerca del cáncer.
A saber: los pacientes que utilizan “medicinas complementarias” presentan un mayor riesgo de muerte que los que no lo hacen; si alguna vez llega a funcionar una terapia “natural”, “alternativa”, “holística”, o como quiera llamársele, para curar el cáncer pasará a denominarse “medicina” y se venderá en las farmacias; no basta con absorber la información que recibimos, sino que hemos de ser capaces de evaluarla y tomar en consideración su coherencia y consistencia antes de darla por válida, para que no nos pase como a la presentadora Mariló Montero, a la que TVE tuvo que rectificar tras soltar en el plató que oler aroma a limón puede prevenir el cáncer; la palabra “cáncer” abarca un conjunto de enfermedades diversas y diferentes entre ellas que tienen en común un crecimiento celular desordenado de las células tumorales: de no interrumpirse este proceso, las células tumorales acaban invadiendo las estucturas vecinas y terminan con la vida de la persona afectada, excepto si se aplica un tratamiento capaz de frenar el proceso. Y si no, piensa en Steve Jobs, el cofundador de Apple, quien rechazó durante nueve meses la medicina convencional, haciendo caso omiso de su familia, para decantarse por la “medicina alternativa”, por lo que cuando finalmente optó por la cirugía, el cáncer de páncreas que padecía se había extendido a los tejidos que rodeaban el órgano, lo que acabó provocando su muerte en el año 2011. “Él acudía a espiritistas e intentó combatir el cáncer con una dieta macrobiótica”, declaró Walter Isaacson, su biógrafo, sobre el fallecimiento de Jobs, ocurrido el 5 de octubre del año 2011.
Precisamente por conocer bien a Julio Basulto y Juanjo Cáceres (también al pediatra, Carlos González, el último miembro del tridente que suscribe este volumen), coincido con Carlos Mesa cuando indica en que los autores han escrito la obra “por responsabilidad”, en vista de que cada vez hay más vendedores de crecepelos que pretenden sacar tajada económica del sufrimiento ajeno.
Hay trozos del libro que me han gustado especialmente y que me han inspirado posibles reportajes. Sin embargo, sería injusto destacarlos porque el libro forma un todo. Simplemente, enumeraré los siete capítulos de los que consta la obra. El primer capítulo versa sobre la importancia de ser críticos y tener criterio, ante la ingente charlatanería nutricional que pulula a nuestro alrededor. El segundo, aborda la prevención y se manifiesta sobre la soja, los lácteos, el gluten, los aditivos, los transgénicos, los pesticidas, los alimentos no ecológicos, los alimentos ionizados, los microondas y los suplementos polivitamínicos. El tercer capítulo, profundiza (y ahí entra en escena el pediatra Carlos González) sobre si la leche materna cura el cáncer (respuestas correcta: no lo cura). Tampoco hay ninguna prueba de que tomar leche materna mejore el bienestar o alivie algunos síntomas de los enfermos de cáncer. “No hay motivo, pues, para que las madres o los grupos de apoyo a la lactancia atiendan peticiones particulares de leche materna con fines supuestamente médicos”, puede leerse en la página 135. El cuarto capítulo trata sobre la relación entre sobrepeso, obesidad y cáncer y está lleno de aspectos interesantes que muchas veces pasan desapercibidos. El quinto se titula “Riesgos de creer que las terapias (o las dietas) ´alternativas´ curan el cáncer” y descarta que las emociones curen el cáncer (un simple dato: si las personas con cáncer directamente abandonan la terapia convencional, para confiar únicamente en “terapias alternativas”, el riesgo de muerte se incrementa un 470%). En cuanto al capítulo “¿Qué hago si me diagnostican un cáncer?”, he aquí el resumen: el cáncer no se trata de la misma manera que se previene. Dicho más claramente: no existe ninguna dieta que cure el cáncer. Tampoco los complementos alimenticios son útiles, por muy buena fama que tenga el jengibre, el ginsenc coreano y otros remedios de la “medicina tradicional china”. En cambio sí que hay consejos dietéticos muy aprovechables para abordar las posibles deficiencias nutricionales que en ocasiones acompañan a la enfermedad. En cuanto al último capítulo del libro lleva por título “¿Qué hacer si nos han dado el alta?”.
Quiero terminar agradeciendo a los autores que hayan incluido una cita mía en la página 152. A decir verdad, no recuerdo cuándo la dije ni en qué circunstancias, pero me reconozco en ella. Dice así:
“No cabe duda de que si deseamos algo con vehemencia es más factible que emprendamos medidas encaminadas a su consecución, pero eso no significa que si una persona se concentra en pensar en pleno mes de agosto que hace mucho frío su cuerpo deje de sudar… Por este motivo, estos razonamientos, cuando se llevan al extremo, son peligrosos, ya que estos presuntos gurús suelen acusar (de forma tácita o explícita) a las personas enfermas de sus dolencias, sea por no tener pensamientos “limpios” o sea por no depositar la suficiente fe en sus planteamientos de estilo de vida (y eso incluye la dieta). Es decir, generan pensamientos mágicos, además de sentimientos de culpabilidad. La vinculación entre la salud y la actitud emocional existe, pero no cura enfermedades serias: no es una panacea”.