Publicado: Jue, 19/01/2017 - 09:24
Actualizado: Jue, 19/01/2017 - 09:24
Un amigo me manda una noticia del mes pasado que no conocía: “Seguidores de Trump confunden un vídeo de ´Moros y Cristianos´ con neonazis de maniobras”. El desliz sería como para troncharse de risa si no fuera porque la “posverdad” cabalga desde hace años por nuestras mesas y despensas, por las revistas de tendencias, los blogs de belleza y la mayoría de los diarios que leíamos, especialmente cuando entra en juego la comida.
La “post-truth”, entronizada como palabra del año por el Diccionario Oxford, no es más que la falsedad disimulada, la intoxicación consciente, la superstición, la demagogia, el negocio oculto, la mentira, la oscuridad total, que la Tierra es plana, que los seres humanos no descienden del mono, que hay que elegir los alimentos según el grupo sanguíneo, la dieta de los berberechos y el bíter (durante tres días sólo se puede comer este molusco y beber la referida bebida amarga), el ayuno “terapéutico”, los suplementos de colágeno super caros, las pastillas de ginkgo biloba (un árbol que puede vivir casi mil años) que alargan la vida, la vitamina B5 que de repente te hacer recuperar la memoria y recordarlo todo para el examen (incluso sin haber estudiado…), las recetas anti-cáncer, el método definitivo para perder peso y no volver a recuperarlo, y el agua de abedul (¡el nuevo “must” de 2017!, exclaman los vendedores de salud femenina, tras explicar que se trata de “la savia del árbol pasteurizada”).
Efectivamente: últimamente a cada vez más personas parece importarles bien poco que lo que se cuenta sea verdad o mentira, siempre y cuando ello refuerce sus convicciones personales.
La primera persona que me habló de la “posverdad” fue Delia Rodríguez a la que entrevisté mientras preparaba a finales del año 2013 un reportaje que acabé titulando “La edad de oro del rumor”. En ese artículo recogí que algunas ciudades como Tenerife, Fuenlabrada, Getxo y Barcelona habían creado algo así como “agentes anti-rumores”, es decir, personas que se comprometían voluntariamente a difundir en su entorno inmediato datos y argumentos positivos sobre la inmigración para contrarrestar algunos perjuicios que comenzaban a circular por Europa.
Pues bien, de aquellos barros estos lodos, Trump y lo que te rondaré morena, pues parece claro que cada vez más personas nos negamos a seguir aprendiendo, por pensar que ya lo sabemos todo y por habernos “empoderado” con unos apéndices tecnológicos (iPhones, iPads, tabletas, etc.) a los que cuando les preguntamos quién es el más listo del mundo, nos contestan que nosotros.
Delia Rodríguez venía de publicar en esos momentos un libro muy interesante: “Memecracia. Los virales que nos gobiernan” (Gestión 2000) en el que estudió las “ideas virus” que triunfan hoy día. De la conversación que mantuvimos, quiero rescatar el párrafo en el que la autora del blog “Trending Topics” me dio su opinión sobre la actual apoteosis de leyendas urbanas, hoax (engaños masivos), falsas cadenas solidarias, dietas milagro, mitos, tertulias, cotilleos, alcahueterías y demás ideas contagiosas que vivimos:
“Hoy día, casi todo sirve de excusa para compartir emociones, que es lo que nos tiene de verdad enganchados. El problema es que la emoción quita espacio para la reflexión”, me hizo saber esta avispada periodista, tras comentarme que con la nueva cultura digital estábamos experimentando una vuelta a la oralidad, un fenómeno al que también se ha referido la revista “The Economist” al alertar sobre “el retorno de las conversaciones de café”. Dicho en otras palabras: a la mayoría de la gente le trae al pairo que una información sea verdad o mentira. Mucho más, si cabe, cuando guarda relación con un acto tan primario y cotidiano como es comer, pues ya se sabe que cada cual maneja sus propias teorías sobre lo que va bien para el estómago o lo que, por el contrario, sienta como un tiro.
Tal vez por este motivo, en el momento presente es completamente imposible convencer a cualquier miembro de una tribu gastronómica de que hay cosas que no son opinables (aunque nos encante opinar…), sino que son hechos objetivos. Un ejemplo: la capital de Francia es París. Otro ejemplo: cuando una persona tose tres veces es que tose tres veces.
Eso no quita para que la “verdad” sea un tema rebaladizo, como demuestra que muchas cosas relacionadas con la nutrición que en el pasado creíamos de una determinada forma ahora las veamos de otra. Sin embargo, será difícil que avancemos como sociedad si nos convertirnos en presuntuosos sabelotodo y en repelentes marisabidillas y negamos la mayor, incluso aunque nos expliquen que las comparsas de moros y cristianos que desfilan por Alcoi, Concentaina, Ibi, Dénia, Elda, Petrel, Bocairent, Bañeres, Villena y Jumilla no son comandos neo-nazis en formación, sino simplemente mujeres y hombres obligados por las circunstancias a reconquistar su “verdad”, que es la de todos.