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“Bueno para comer”

Actualizado: Jue, 02/01/2014 - 11:13

@juanjocaceresn
Ciertos trabajos de la disciplina conocida como antropología cultural son absolutamente necesarios para comprender la naturaleza de los comportamientos alimentarios propios y ajenos. Uno de ellos es especialmente seductor y de fácil comprensión para todo tipo de públicos: Bueno para comer (Alianza Editorial). Su autor es Marvin Harris, el gran precursor del materialismo cultural, una escuela antropológica que presta especial atención a las condiciones materiales para comprender y enmarcar la adopción de prácticas culturales.

En este caso, Harris se concentra en la alimentación y aborda un conjunto de prácticas que han causado extrañeza a lo largo del tiempo. Todas ellas tienen en común el hecho de considerarse rasgos culturales, como, por ejemplo, la aceptación o rechazo del consumo de carne de caballo, la sacralización de las vacas en la India, el elevado consumo de carne de vacuno en otros lugares del mundo, los tabúes hacia el consumo de cerdo, la aceptación o el rechazo del consumo de leche y, naturalmente, el consumo de carne humana.

Intentar explicar las mismas a partir de la disponibilidad alimentaria o las condiciones de producción en un entorno determinado es lo que trata de hacer el autor, siempre poniendo el énfasis en algunos elementos claves y adoptando una perspectiva fundamental: la relación coste-beneficio. Fijémonos, por ejemplo, en su aproximación al rechazo de la carne de cerdo, que tiene lugar en el cuarto capítulo del libro:

(…) “La aversión por la carne de cerdo, parece, en principio, aun más irracional que la aversión por la carne de la vaca. El cerdo es, de todos los mamíferos domesticados, el que posee una capacidad mayor para transformar las plantas en carne de forma rápida y eficaz”.

(…) “¿Por qué, pues, prohibió el Dios de los antiguos israelitas a su pueblo no solo saborear su carne, sino incluso tocarlo, ya estuviera vivo o muerto?... El Corán está prácticamente exento de tabúes cárnicos. ¿Por qué es el cerdo el único que sufre la desaprobación de Alá?”.

(…) “Al condenar al cerdo por ser el más sucio de todos los animales, judíos y musulmanes nunca explicaron el porqué de su actitud más tolerante hacia otras especies domésticas que, asimismo, devoran heces. Gallinas y cabras, por ejemplo, también lo hacen, si se les proporciona motivo y oportunidad”.

(…) “En la prohibición del cerdo intervinieron otros factores aparte de su incapacidad para criarse mediante hierbas y otras plantas ricas en celulosa. Los porcinos tenían el defecto adicional de no estar bien adaptados al clima y a la ecología del Oriente Medio. A diferencia de los antepasados de vacas, ovejas y cabras, que vivían en praderas soleadas, semiáridas y cálidas, los del cerdo eran habitantes de las riberas fluviales y los valles boscosos con abundancia de agua. El sistema de regulación del calor corporal del cerdo es, en todos sus aspectos, incompatible con la vida en los hábitats calurosos y resecos que fueron la tierra natal de los hijos de Abraham”.

(…) “Por lo tanto, criar cerdos en el Oriente Medio era, y todavía es, mucho más costoso que criar rumiantes, porque a los primeros debe proporcionárseles sombra artificial y agua para sus lodazales, y su dieta debe complementarse con cereales y otros productos aptos para el consumo humano. Para contrarrestar estos inconvenientes los porcinos tienen menos que ofrecer en concepto de beneficios que los rumiantes. No pueden tirar de arados, su pelo no se presta a la elaboración de fibras y tejidos y no se les puede ordeñar”.

(…) “Si los israelitas hubieran sido los únicos en prohibirlo me resultaría más difícil elegir entre distintas posibilidades a la hora de explicar el tabú antiporcino. Pero la presencia repetida de aversiones porcinas en diferentes culturas del Oriente Medio brinda un fuerte respaldo a la tesis que la proscripción israelita constituía una respuesta a unas condiciones prácticas muy extendidas, y no a un conjunto de creencias exclusivamente relacionado con los conceptos de pureza e impureza animales privativos de una religión determinada”.

(…) “Aunque afirmo que los factores ecológicos subyacen en las definiciones de los alimentos puros e impuros, sostengo asimismo que no todos los efectos circulan en una misma dirección. Los hábitos dietéticos sancionados por la religión que se convierten en símbolos oficiales de conversión y pruebas de religiosidad pueden también ejercer una presión peculiar sobre las condiciones ecológicas y económicas que ocasionaron su crecimiento”.

 

 

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