Publicado: Mar, 15/07/2014 - 09:21
Actualizado: Lun, 08/12/2014 - 16:53
Aunque sea un tema escasamente tratado, beber vino, cerveza, orujo o cualquier otro tipo de alcohol mientras se toma algún tipo de medicación puede reducir el efecto del fármaco en cuestión, potenciarlo o alterar sus efectos secundarios.
Y es que, en ocasiones, los efectos inesperados al tomar un determinado medicamento pueden ser debidos a la alimentación. Para ponernos en situación, las interacciones entre alimentos y medicamentos (sobre todo, están implicados los fármacos o principios activos, aunque algunas veces pueden participar los excipientes) se refieren a la aparición de efectos imprevistos, no siempre adversos o negativos, sea por la toma conjunta de alimentos y fármacos o sea por un estado de malnutrición (por defecto o por exceso).
Aunque las interacciones entre alimentos y medicamentos pueden llegar a tener una repercusión clínica importante, no siempre se advierte de ellas en las fichas técnicas de los medicamentos y, por lo tanto, no siempre se encuentran debidamente documentadas. Teniendo en cuenta la influencia de la alimentación en los efectos de los medicamentos y el efecto que éstos tienen sobre el estado nutricional, los prospectos deberían incluir recomendaciones dietéticas específicas que considerasen el tipo de alimentación, así como los posibles suplementos dietéticos o preparados a base de plantas que se esté tomando la persona en cuestión. Por todo ello, los profesionales de la salud, especialmente los dietistas y nutricionistas, deben de estar informados sobre estas interacciones y personalizar su consejo alimentario en función de la medicación que reciba el paciente. Como ya señalaban Roe y Colin Campbell, “para muchos científicos y profesionales del ámbito de la salud, el conocimiento de las interacciones entre fármacos y alimentos ha llegado a ser una responsabilidad”.
Según la última Encuesta Nacional de Salud de España (ENSE) 2011/12, parece ser que se ha moderado la automedicación en relación a lo que sugería la Encuesta Nacional de Salud del año 2001. Aún así, conviene destacar que los medicamentos que con más frecuencia son objeto de automedicación y, en este sentido, que son susceptibles de interaccionar con alimentos, son los analgésicos, antibióticos, laxantes, antiácidos y antihistamínicos. Además, el consumo elevado de algunos de ellos no siempre guarda correspondencia con medicamentos publicitarios o de no obligada prescripción médica, sino que en este apartado hay que incluir a fármacos que requieren receta médica y, aún así, se dispensan en las farmacias sin la misma.
De entre las diversas franjas de edad, las personas de edad avanzada constituyen uno de los colectivos más sensibles a las interacciones entre alimentos y medicamentos, teniendo en cuenta que, de un lado, el 82,8% de los mayores de 65 años toman medicamentos habitualmente y, de otro, que su capacidad de absorción, metabolización o excreción de fármacos suele estar disminuida.
Existen diferentes alimentos y componentes de los mismos, ya sean consustanciales a ellos o no (como es el caso de los aditivos alimentarios o de ciertos contaminantes), que suelen estar implicados en un buen número de interacciones. El alcohol, o etanol, por ejemplo, interacciona con algunos fármacos, y no solo con los que actúan a nivel del sistema nervioso central (SNC), sino también con el efecto terapéutico de otros medicamentos, pudiendo llegar a potenciar sus efectos secundarios. Conviene recordar aquí que cabe considerar fuente de alcohol no solo a las bebidas alcohólicas, sino también a ciertas formas farmacéuticas líquidas (caso de elixires, soluciones y jarabes) que contienen alcohol como parte del excipiente. ¿Realmente la posibilidad de que el alcohol interaccione con los medicamentos es muy alta? La respuesta es que no es despreciable, en virtud al dato que se desprende de la Organización de Consumidores y Usuarios que estima que el 90% de los adultos españoles incluye las bebidas alcohólicas como parte de su alimentación habitual. En la misma línea, la última Encuesta Nacional de Salud 2011/12 refrendó que un 38,3% de la población adulta española es bebedora habitual (al menos una vez por semana). Además, puso de manifiesto que el consumo habitual de bebidas alcohólicas aumenta con la edad, alcanzando el máximo entre los 55-64 años en hombres (63,2%) y entre los 45-54 años en las mujeres (33,2%).
Teniendo en cuenta que tanto la automedicación como la presencia de alcohol en la alimentación son fenómenos sociales cada vez más frecuentes en la sociedad, conviene tener en cuenta que pueden producirse interacciones con una repercusión clínica relevante y, en muchos casos, grave.
Las interacciones entre fármacos y alcohol tienen lugar por diferentes mecanismos y por sus efectos se pueden clasificar en tres grandes grupos:
1. El alcohol modifica el efecto terapéutico del fármaco:
- Interacciones farmacocinéticas: El alcohol puede modificar la absorción, la distribución, el metabolismo y la excreción de fármacos. De entre todas estas interacciones, las más importantes son aquellas en las que el alcohol modifica la metabolización de todos los fármacos que se metabolicen mediante el sistema enzimático microsómico hepático (SMH). Aunque soy consciente de lo que viene a continuación es muy técnico, los interesados en este tema han de saber lo siguiente: aunque el alcohol se metaboliza mayoritariamente por el sistema alcohol-deshidrogenasa, una parte del mismo se metaboliza por el SMH y es responsable de las interacciones con fármacos. Este efecto es distinto en función de si el alcohol se consume de forma ocasional o habitual. Una ingesta esporádica aguda de alcohol se traduce en una menor metabolización de los fármacos, dando lugar a un incremento de la biodisponibilidad de los mismos, con un efecto más prolongado y un posible riesgo de toxicidad. Este es el caso, por ejemplo, de aquellas personas, jóvenes o adultas, que solo beben alcohol durante los fines de semana por razones sociales o de ocio. Por el contrario, el consumo crónico de alcohol acelera la metabolización de los fármacos, que implica una disminución de su biodisponibilidad. Por consiguiente, el efecto terapéutico del fármaco es menos duradero e intenso, lo que puede llegar a requerir mayores dosis de muchos fármacos para conseguir los mismos efectos en relación a la población no bebedora. Este es el caso de todas aquellas personas que, por el motivo que sea, incluyen el consumo de alcohol con cierta asiduidad en su alimentación. Como ejemplo de fármacos que pueden ser susceptibles de interaccionar con el alcohol a nivel del metabolismo están los hipoglucemiantes orales.
- Interacciones farmacodinámicas:
- El alcohol también puede potenciar los efectos terapéuticos del fármaco. Por ejemplo, el alcohol potencia los efectos depresores de fármacos sedantes como los antidepresivos o los analgésicos opiáceos. Otra posibilidad es que potencia la acción hipoglucemiante de la insulina y de ciertos antidiabéticos orales.
- El alcohol puede maximizar los efectos secundarios de algunos fármacos, como la hepatotoxicidad (en alcohólicos crónicos) y la irritación o puede incluso inflamar la mucosa gastrointestinal (ingesta excesiva de alcohol).
- El alcohol antagoniza los efectos de fármacos estimulantes del SNC, tales como cafeína y anfetaminas.
Según el Centro de Información de Medicamentos de Cataluña (CedimCat), los medicamentos con los que la interacción con el alcohol puede ser más grave son: somníferos, tranquilizantes, ansiolíticos, medicamentos para la alergia, medicamentos que contienen codeína, Ácido acetilsalicílico, Paracetamol, Antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), antipsicóticos y algunos antidepresivos.
2. El alcohol afecta el estado nutricional de la persona, a través de los siguientes mecanismos, entre otros:
- Reduce los niveles de proteínas plasmáticas, especialmente de albúmina, lo que se traduce a medio-largo plazo en una desnutrición proteica.
- Desnutrición primaria, por una ingesta de nutrientes deficiente.
- Desnutrición secundaria, por una absorción disminuida de los nutrientes.
Las deficiencias nutricionales en el alcoholismo crónico son de vitaminas, especialmente las hidrosolubles como la B1 o tiamina, B6, B9 o ácido fólico, B12 y C, y de minerales como el zinc y el selenio.
3. Algunos fármacos modifican el efecto del alcohol:
- “Efecto disulfiram o antabús”: algunos fármacos bloquean la actividad de la aldehído deshidrogenasa, una enzima necesaria para el catabolismo hepático normal del etanol. Como resultado, se produce la acumulación en la sangre de concentraciones altas de acetaldehído, el cual puede dar lugar a enrojecimiento, vómitos, palpitaciones, sudoración y cefalea. Estos síntomas aparecen menos de 15 minutos después de la ingesta del alcohol. En el caso del fármaco disulfiram, la aparición de estos síntomas desagradables contribuye a evitar que los alcohólicos vuelvan a beber. Pero existen otros medicamentos que cuando se ingieren junto al alcohol pueden producir reacciones parecidas a disulfiram, como algunos antibióticos (cefalosporinas, sulfonamidas, metronidazol), antidiabéticos como la tolbutamida y la clorpropamida y el antineoplásico procarbacina, entre otros.
- Potenciación de la toxicidad del alcohol: alteraciones en el control psicomotor y potenciación de la vasodilatación periférica que produce el alcoholismo agudo.
En conclusión, teniendo en cuenta la magnitud de las interacciones entre el alcohol y los medicamentos, las personas que toman medicación no deberían beber nada de alcohol, quedando claro que la mejor bebida con la que tomar la medicación debe ser el agua. Es conveniente resaltar aquí que no existe el consumo seguro de alcohol, es decir, no hay ninguna cantidad de alcohol, por pequeña que esta sea, que sea más beneficiosa que no beber alcohol. Si la Organización Mundial de la Salud deja bien claro que “cuanto menos alcohol, mejor”, cuando concurre una enfermedad este axioma prácticamente ha de convertirse en un mandamiento…
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