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¿Crece porque come o come porque está creciendo?

Actualizado: Sáb, 17/01/2015 - 20:29

Dado que me preguntan a menudo qué hay que hacer con un niño "mal comedor", a continuación incluyo un fragmento del libro "Se me hace bola", que publiqué en marzo de 2013 en DeBolsillo.

«Estás creciendo mucho», le dice la mamá a Caillou en los dibujos animados de la tele, al inicio de cada capítulo. Caillou, que tiene cuatro añitos, se siente querido e importante. Hasta aquí todo bien... Pero en un capítulo Caillou siente celos de André, un amiguito dos años mayor que él, y le pregunta a su madre, «¿Qué puedo hacer para crecer tanto como André?». Momento delicado. La respuesta es la temida: «comer mucho y dormir mucho, hijo mío». En las siguientes escenas vemos a Caillou acostándose más pronto de lo normal, y comiendo con voracidad. Y a su madre feliz y radiante de satisfacción, cómo no. 

Un niño que se acuesta antes no se duerme antes. Pero imaginemos que sí, que duerme más horas. ¿Crecerá más? Mi querida y admirada Rosa Jové, psicóloga clínica especializada en salud infantil y autora del libro «Dormir sin lágrimas» (entre otros igual de recomendables), sostiene en su libro que las horas de sueño no determinan la altura porque la hormona del crecimiento, que se secreta mientras dormimos, lo hace al principio del sueño y no depende del tiempo que uno duerma. Creo que muchas lectoras y lectores de “Comer o no comer” estarán convencidos de lo anterior, pero habrá quien pensará que comer más (es decir, alimentarse por encima del propio apetito) hace crecer más. Y es verdad, se crece más, pero a lo ancho, no a lo alto.

Si obligamos a los pequeños a tomar más calorías de las que necesitan, ¿crecerán hasta convertirse en jugadores de baloncesto? Pues no, almacenarán dichas calorías en forma de grasa y podrían convertirse en luchadores de «Sumo», como explico en mi libro “Se me hace bola”. El problemilla es que la vida de estos luchadores es diez años inferior a la media por culpa de la diabetes, la hipertensión, el cáncer o las enfermedades del corazón que acaban padeciendo a causa de su obesidad.

La revista Appettite publicó en enero de 2007 una investigación con el título «Just three more bites» (solo tres bocados más). El estudio evaluó el ambiente familiar a la hora de comer basándose en una muestra aleatoria de ciento cuarenta y dos familias de diferentes niveles socio-económicos. Los resultados dan sentido a este libro: el 85% de los padres o cuidadores intentó que sus hijos (o los niños a su cargo) comieran más de lo que ellos querían, lo que se tradujo en que el 83% de los menores comió por encima de su apetito y el 38% comió notablemente más de lo que hubiera comido si nadie les hubiera dicho nada. Así nos va.

Wansink y algunos colaboradores titularon en 2008 a su publicación, aceptada en Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine, de la siguiente manera: «Consecuencias de pertenecer al “club del plato limpio”». Y es que un niño que come por encima de su apetito o que come algo que no le apetece es un niño que generará, lógicamente, conflictos en la mesa, y ello puede derivar en problemas que van más allá de que tengamos que escuchar la frase «se me hace bola», a corto plazo, o la frase «su hijo tiene exceso de peso» a medio-largo plazo. No es de extrañar, a la luz de estos datos, que Domínguez-Vásquez y sus colaboradores señalaran, en un estudio publicado en la revista Archivos Latinoamericanos de Nutrición en septiembre de 2008, que cuanto menos se adhieren los niños a las «reglas familiares», y cuanto más responden a sus señales internas (e innatas) de saciedad y hambre, mejor para su salud. 

El cuerpo humano, por suerte, es bastante más sabio que la presión de nuestra sociedad para que el niño coma, por lo que si Caillou intenta consumir una galleta (o cualquier otro alimento) «de más», su apetito no le dejará, y se le hará bola. O eso, o al día siguiente comerá menos.  Nuestros hijos van a ingerir lo que necesitan, no hay más misterio. Poseen una valiosa capacidad para modular el volumen de alimentos que toman. Capacidad que no conviene estropear con imposiciones o con comida insana. Comerán en función de lo que tienen que crecer. Por el mismo motivo, no comerán en función de lo que no tienen que crecer. Si les damos menos calorías de las que necesitan, se despertarán sus ganas de comer. El apetito (que para la Real Academia es un «impulso instintivo»), ha hecho sobrevivir a la especie humana durante millones de años, así que (salvo en enfermedades cuyos síntomas es muy improbable que te pasen desapercibidos) a tu hijo no se le olvidará ingerir lo que necesita, como a nadie se le olvida pestañear. Así que si te dicen que tu hijo es «mal comedor», te están mintiendo. Tu hijo come lo que necesita, sin más.

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