Cualquier semilla de leguminosa o grano de cereal se puede germinar. El germinado más común son los brotes de soja, pero también es posible germinar las lentejas (basta con dejarlas en remojo durante 8-12 horas y colocarlas en un frasco invertido tapado con una gasa y esperar tres o cuatro días), la linaza, la alfalfa, el trigo y la cebada. Y lo mismo vale para las semillas de hortalizas como el berro, la calabaza y el sésamo, entre otras.

La ventaja de germinar las semillas es que aumentan las vitaminas (por ejemplo, parte de la vitamina B de las lentejas que se pierde con la cocción) y antioxidantes (básicamente, la vitamina C y los betacarotenos), además de ser más fáciles de digerir. Debido al cambio que se produce durante la germinación, las semillas derivan en alimentos con una composición nutricional más propia de las hortalizas y las verduras que de las propias legumbres. Sucede esto porque casi todo el peso de los germinados pasa a ser agua y, consecuentemente, su aporte calórico menor. También es cierto que, precisamente debido a ello, el cómputo total de nutrientes ingeridos es inferior (hay muchísimos más nutrientes en un plato de lentejas cocidas que en una ración de lentejas germinadas). Eso sí, a posteriori, las semillas germinadas permiten cultivar también la imaginación y se pueden añadir a ensaladas, sopas, purés de verdura o salteados, en tanto resultan refrescantes, tiernas y muy sabrosas.