Tomamos, sin lugar a dudas, más sal de lo que recomiendan las autoridades sanitarias. Así, mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) propone no superar los 5 gramos diarios de sal, tomamos justo el doble, unos 10 gramos/día, según mostró una investigación publicada en marzo de 2001 en la revista British Journal of Nutrition[1]. Este “exceso” supone, según la OMS, un factor de riesgo «clave» en la hipertensión y la enfermedad cardíaca[2]. La última revisión que ha caído en mis manos sobre esta cuestión es la llevada a cabo por He y colaboradores y publicada en abril de 2013 en la prestigiosa revista Cochrane Datase of Systematic Reviews[3]. De ella se deduce que una moderada reducción en la ingesta de sal se traduce en disminuciones significativas en la tensión sanguínea, algo de interés, no solo para personas con hipertensión, también para el resto de la población.