Publicado: Vie, 11/07/2014 - 09:22
Actualizado: Vie, 11/07/2014 - 12:39
De este libro de Julio Basulto y Juanjo Cáceres, colaboradores de “Comer o no comer”, entresacamos un pequeño fragmento del cuarto capítulo, dedicado al maratón. El texto se abre con una cita de “Palabras para Julia”, el poema de José Agustín Goytisolo”: “Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo”.
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Ecos de Grecia
“La épica existente alrededor de la maratón, aunque mayormente es deudora del esfuerzo que exige a los participantes, también es, en cierta manera, resultado de la atractiva historia que en que se fundamenta su creación. Historia que nos lleva hasta la antigua Grecia, cuyos relatos históricos contemporáneos y de siglos posteriores no siempre fueron tan precisos como nos gustaría y dejaron un cierto espacio al surgimiento de mitos alrededor suyo que nos parece interesante rememorar.
Nos situamos en los albores del siglo V antes de Cristo. El imperio persa, bajo el mando de Ciro, Cambiases y Darío I, había constituido un formidable imperio que trazando una línea de este a oeste alcanzaba los 4000 km y se extendía desde los vastos y en gran medida desérticos territorios de Oriente Próximo hasta diversas ciudades ubicadas en los dominios de la actual Grecia. Una Grecia que se adentraba en su periodo clásico y que se mostraba, pues, distante culturalmente e incluso políticamente de las formas de gobierno (o de dominio) persas. Ello propiciaría que una ciudad griega bajo control persa, Mileto, decidiera emanciparse del control que el imperio ejercía sobre ella y promoviera para ello una alianza con otras polis griegas, que fue secundada entre otras por la independiente y ya democrática Atenas, en lo que puede denominarse la revuelta jónica. Los aliados griegos consiguieron escapar durante un tiempo de la autoridad venida de Oriente, atacando incluso sus dominios, pero la réplica persa fue fulminante. Darío I, a lo largo de los primeros años del siglo V antes de nuestra era, tomó el control de las ciudades sublevadas, incendió Mileto y envió a sus mujeres y niños como esclavos a sus territorios del este. Tras ello, volvió la vista hacia Atenas y hacia otras ciudades libres que habían apoyado la revuelta, con intenciones nada amistosas y marcando el inicio de lo que fue llamada Primera Guerra Médica.
Así las cosas, llegamos al gran hito de la Primera Guerra Médica que es la batalla de Maratón. En el año 490, la poderosa Persia lanzaba su flota sobre el Egeo, conquistando y saqueando otra polis poderosa, la importante ciudad de Eretría, así como esclavizando a sus habitantes. Posteriormente, el ejército persa desembarcaba en una zona la costa oriental del Ática, Maratón, y se preparaba para lanzarse sobre Atenas. Es en este punto donde se inician las andanzas legendarias del famoso Filípides o Fidípides (según la traducción que elijamos), el supuesto primer maratoniano, a quien conocemos en primera instancia gracias a una fuente de referencia fundamental para el relato de la Guerras Médicas: Herodoto de Halicarnaso, nacido en la década siguiente a los hechos aquí descritos, quien indica lo siguiente:
“…Lo primero que hicieron dichos generales, aun antes de salir de la ciudad, fue despachar a Esparta por heraldo a Fidípides, natural de Atenas, hemoródromo. (…) Despachado, pues, Fidípides por los generales, y haciendo el viaje en que dijo habérsele aparecido el dios Pan, llegó a Esparta el segundo día de su partida, y presentándose luego a los magistrados, habloles de esta suerte: —«Sabed, lacedemonios, que los atenienses os piden que los socorráis, no permitiendo que su ciudad, la más antigua entre las griegas, sea por unos hombres bárbaros reducida a la esclavitud; tanto más, cuando Eretria ha sido tomada al presente y la Grecia cuenta ya de menos una de sus primeras ciudades.» Así dio Fidípides el recado que traía: los lacedemonios querían de veras enviar socorro a los de Atenas, pero les era por de pronto imposible si [no] querían faltar a sus leyes; pues siendo aquel el día nono del mes, dijeron no poder salir de la empresa, por no estar todavía en el plenilunio, y con esto dilataron hasta él la salida” (Herodoto, VI, CV-CVI).
Nos narra, pues Herodoto, que Filípides, como embajador de Atenas, se presentó en Atenas a solicitar ayuda frente a la amenaza persa pero dado que era tradicional allí el no emprender ninguna acción bélica antes de la luna llena, rehusaron echar una mano hasta pasados unos días. Téngase en cuenta que Esparta y Atenas estaban separadas por unos 240 km y como vemos, Filípides habría recorrido la distancia de un día para otro. Supuestamente, esa distancia se habría realizado corriendo, como si de un ultrafondista se tratara, pero lo cierto es que Herodoto no se muestra nada preciso respecto al medio de transporte adoptado por Filípides. Y considerando la distancia y las urgencias, cabe la sospecha de que, si la historia es realmente cierta (recordemos que Herodoto no es contemporáneo de los acontecimientos sino que nació algunos años después de estos hechos y ello es tiempo suficiente para que algunos detalles se magnifiquen en la crónica histórica), no optasen por ponerle un medio de transporte algo más rápido. La creencia de que el recorrido lo realizó corriendo reposa en el hecho de que los hemeródromos eran correos que se desplazaban a pie, pero lo extremadamente exigente que resulta superar esta distancia en tan poco tiempo y el hecho de que nos encontremos miles de años antes de la aparición de las ciencias de la nutrición, aconseja cierta cautela antes de extraer conclusiones definitivas sobre hechos que no aparecen claramente narrados.
Descartado el apoyo de Esparta, serían supuestamente unos 1000 combatientes de la ciudad de Platea los únicos que reforzarían la tropa ateniense que en agosto o septiembre (según el criterio de datación utilizado) de 490 a. C. atacaba a los persas en Maratón. A pesar de su supuesta inferioridad, la dirección en la batalla del estratego Milcíades otorgó una victoria aplastante a los griegos sobre los persas, quienes según Herodoto sufrieron 6400 bajas, por tan solo 192 los atenienses, sobre lo cual asegura, además, para que se le tome muy en serio, que este fue el número exacto de fallecidos por cada bando. Así fue como Atenas se salvó por primera vez de la amenaza persa, que persistiría, sin embargo, en los años posteriores y que ofrecería no pocos episodios épicos, tales como la batalla de las Termópilas (debidamente digitalizada y enrevesada en la película “300”) o la batalla de Salamina.
En cuanto a Herodoto, no volvió a acordarse de Filípides en el resto de su narración, pero es precisamente alrededor de lo acontecido después de la batalla que se forja el mito del correo griego. Según aportaciones muy posteriores, una de las cuales correspondería a Luciano de Samosata, ya en el siglo II de nuestra era, Filípides habría muerto en Atenas tras recorrer la distancia, de unos 40 km, que separaba Maratón de Atenas, a donde se había dirigido a comunicar el resultado de la batalla frente a los persas. Algo antes, sin embargo, Plutarco, en el siglo I, atribuía, a otro personaje (Tersipo o Eucles), el recorrido hasta Atenas. ¿Cómo es posible que la versión Herodoto no se haga eco de alguno de estos hechos en su minuciosa narración? ¿Tal vez por qué son hechos recreados posteriormente? Así lo creemos, pero sea como fuere, la versión difundida por Luciano fue la más duradera y la formación del mito siguió su curso. La consolidación en nuestra era vendría de la mano del poema Filípides, de Robert Browning. Esta nueva evocación a Filípides y su gesta sería en la que se inspirarían los padres del olimpismo para crear la primera competición de maratón de la historia en los primeros juegos del año 1896. En ella se recorrerían tan solo los 40 km que separaban Maratón de Atenas y como nos recuerda Arcadi Alibés en La huella de los héroes, no sería hasta los juegos olímpicos de Londres en 1908 cuando alcanzaría los 42.195 metros que abarca actualmente.
Y como no podría ser de otra manera, desde los años 1980 se honra también el primer viaje de Filípides narrado por Herodoto entre Atenas y Esparta mediante la prueba de ultradistancia denominada Spartatlon, en la que se recorren los 245,3 km que separan ambas ciudades, para lo cual el campeón de 2013, el portugués Joao Oliveira, ha empleado menos de un día: 23 h. 29 m. 8 s. Seguro que si Filípides levantara la cabeza se moriría de envidia”.
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