Publicado: Jue, 18/07/2013 - 10:19
Actualizado: Sáb, 31/08/2013 - 13:27
A tenor de los indicios existentes en internet, al menos desde 2007 corre el rumor de que comer cerezas y beber agua resulta mucho peor para la parte ancha del aparato digestivo que intoxicarse con ostras en mal estado. Tanto es así que, con la mejor de las intenciones, los dependientes de algunas fruterías siguen advirtiendo a los consumidores (como le pasó hace unos días a uno de nuestros colaboradores, el dietista-nutricionista nutricionista Julio Basulto, quien casi sufre un colapso nervioso…) que la citada combinación es mortífera para el estómago.
He aquí unos cuantos testimonios extraídos de internet que alientan esta jugosa y equivocada hipótesis:
“Beber agua en abundancia en la comida o inmediatamente después de ella diluye los ácidos segregados por el estómago y empeora la digestión. (…) Tengo entendido que si digieres cerezas en abundancia (fruta de piel brillante debido a las ceras que la cubren, y estas ceras son de estructura apolar) y bebes agua también en abundancia (en este caso sería un disolvente polar), te puede dar un cólico o trastorno intestinal (ya que los solutos apolares disuelven mal en disolventes polares)”.
Este escrito que firma un tal “Rogerote” es un fiel exponente de cómo funciona la “otra” ciencia: expresiones (“estructura apolar”) y palabras (“solutos”, “disolventes”) destinadas a atemorizar a los lectores con el objetivo de hacerles comprender cuán ignorantes son y hasta qué punto pueden llegar a descarriarse si no hacen caso a las advertencias que emanan desde el más allá (y que solo pueden llegar a interpretar unos cuantos iniciados…)
“Tengo familia en el famoso Valle del Jerte en Cáceres, que es el lugar de España donde más cerezas se cultivan. Siempre lo había oído comentar: ´No se os ocurra beber agua después de las cerezas´. Fue un verano que los cerezos apoyaban sus ramas en el suelo, por la cantidad de cerezas que sujetaban. Ellos ya estaban hartos de las cerezas, tenían la despensa llena de conservas de ellas y ya las estaban dejando pudrir (sic). Llegamos nosotros y aquello era un auténtico regalo de la naturaleza. En media hora habíamos recogido dos baldes llenos y, claro, mientras cogíamos, comíamos, ¡estaban deliciosas: jugosas y dulces! No caí en la cuenta y me acerqué a tomar agua. En media hora tenía una diarrea de campeonato. Tuve que acudir al médico porque estaba amamantando a mi primer bebé y tenía miedo de no producir leche porque me estaba deshidratando. El médico no tardó en saber el motivo de mi mal: ´Estos veraneantes no saben que después de las cerezas no hay que beber agua´”. Pues bueno, esto es lo que me ocurrió y, por si acaso, te aseguro que no volveré a beber agua después de haber comido cerezas”
Este segundo testimonio que firma “Lutanas” sirve para ilustrar cómo funcionan las fábulas populares: las personas que no hacen caso de ciertos ritos ancestrales son castigadas como merecen (en este caso, la diarrea se encarga de hacer “justifica poética”, aunque el “castigo” podría llegar a ser peor…), más si cabe tratándose de veraneantes, “especímenes” a los que se les atribuye un desconocimiento supino de las leyes de la naturaleza.
Desde un punto de vista folklórico, resulta interesante cómo se introduce una “voz” con autoridad científica (el médico) que sirve para apuntalar el mensaje que se quiere trasmitir (falso a todas luces…): cualquiera sabe que beber agua mientras se come cerezas da lugar a evacuaciones de vientre, líquidas y frecuentes.
Sin embargo, los lectores de la página de internet de la que están extraídas estas opiniones votaron como mejor respuesta a la gran cuestión (“me han dicho que beber agua después de comer cerezas es malo, pero me gustaría saber si es verdad, porque no estoy muy segura. Espero vuestra respuesta”) la siguiente:
“¿Quién te lo dijo? Siempre es bueno beber después de comer, sobre todo agua, ya que ayuda a digerir mejor” (Zayra C)
He aquí un consejo interesante cuando se trata de asuntos relacionados con la nutrición: en caso de tener dudas, es básico recurrir a “fuentes potables” para no acabar intoxicado (o “infoxicado”, es decir, expuesto a la “explosión de la desinformación, indigerible y confundidora”).
De hecho en la página de la que se han extraído estos comentarios hay otros que vale la pena reproducir: “Ja, ja, pero venga hombre: eso no se lo cree nadie… Ja, ja, no te creas lo que te cuenten” (firmado por “Tarquini”) o “Me he llegado a comer hasta un kilo de cerezas yo solita y tomando agua después, porque dan sed, son muy dulces. Puedo asegurarte que no pasa nada. Disfrútalas” (firmado por “Angie G”).
Así pues, y aunque solo sea para que la temida diarrea no acabe derivando en “empanada mental” vale la pena recordar que beber agua comiendo fruta (cualquier fruta…) no es causa de diarrea por ninguna regla de tres (o de dos…). En cambio, dar buena cuenta de grandes cestos de cerezas, higos o moras (y, en general, de cualquier alimento) puede sentar mal ocasionalmente al estómago, pero nunca porque el agua y estos alimentos sean incompatibles.
Estamos, pues, ante un mito sin base fisiológica o epidemiológica. Aunque se podría recurrir a multitud de estudios científicos, en “Comer o no comer” preferimos que tú, lectora o lector, lo compruebes por ti misma/o: mañana prueba a tomar en el desayuno un puñado de cerezas y no bebas una gota de agua durante un par de horas. Al día siguiente, repite el experimento, pero esta vez toma dos vasos de agua. A no ser que (por casualidades de la vida…) el segundo día tengas una infección de tomo y lomo, no tendrás diarrea alguna. Es más, si repitiéramos el experimento con mucha más gente, podríamos publicar un estudio y desmentir categóricamente este mito, pero, en nuestra opinión, no vale la pena…