Publicado: Mié, 20/03/2013 - 19:10
Actualizado: Mié, 28/08/2013 - 21:45
Cuando el café comenzó a popularizarse en Europa a lo largo del siglo XVI y XVII comenzaron a circular todo tipo de leyendas. Según cuenta Maguelone Toussaint-Samat en “Historia natural y moral de los alimentos” (Alianza Editorial), se llegó a perdonar la vida a dos condenados a muerte a cambio de que cada uno de ellos bebiera tres tazas al día de té o de café hasta el día de su muerte para así poder comparar a ambas bebidas.
De alguna manera, durante el Renacimiento la importación-exportación de productos coloniales cambió la faz del mundo. He aquí lo que se cuenta en la página 65 de “Historia natural y moral de los alimentos. El azúcar, el chocolate, el café y el té” sobre el café, una bebida que, al parecer ya se conocía en Persia en el siglo IX:
(…) “En Inglaterra, a finales del siglo XVII, Carlos II comenzó, como los turcos, a perseguir las coffee-houses (…) y a sus rivales las ale-houses (cervecerías), bajo el pretexto, completamente justificado, de que dichos lugares eran focos de sedición y un nido de elementos subversivos. Pero los jóvenes caballeros se multiplicaban como setas en esas cuevas malolientes donde se bebía más coñac que café o té. Allí tenían lugar no sólo duelos cotidianos, sino también peleas de gallos o de perros que horrorizaban a los puritanos tanto como las propuestas sediciosas y las anécdotas escandalosas que constituían el fondo de las conversaciones. Algunos cafés cerrados al público se convirtieron en los famosos “clubs” de la City, como el “Kit-Kat”, el “Beefsteak Club” o el “October Club”, donde, al menos, uno podía emborracharse entre personas de la misma clase social”.
(…) Como en todas partes, los médicos ingleses cayeron en las redes del café, al menos para disertar sobre él. Los doctores Pococke, Sloane y el célebre Radcliff declararon que se trataba de una verdadera panacea, adecuada para curar la tisis, el catarro oftálmico, la hidropesía, la gota, el escorbuto y la varicela, aunque, mezclado con leche, podía provocar la lepra”.
(…) El café provocó la ira de los fabricantes de cerveza, que consideraban a Inglaterra como una propiedad personal. Organizaron un escándalo, denunciaron a los cafeteros levantinos “as beign no freeman”, es decir, sin el menor derecho –sobre todo, al competir con la ale, un honesto producto nacional– “pues al fabricarlo (el café), molestan a los vecinos con los malos olores y ponen en peligro (por el fuego) día y noche a todo el barrio, y son una amenaza constante”.
(…) El príncipe de Ligne cuenta que, para juzgar la violencia de ambos venenos (el café y el té) “en no sé que país del Norte”, se perdonó la vida a dos condenados a muete en plena juventud, a cambio de que cada uno bebiera tres veces al día una taza de una de las bebidas. ´El resultado fue que el que bebía té murió a los setenta y nueve años y el que bebía café, a los ochenta´”.